En terreno: Ciro’s

(Este post va de memoria, porque hace ya unos meses que estuve ahí)

Corría el mes de junio, se jugaba la Euro 2008 y tenía razones para celebrar. Y una invitación pendiente a un lugar muy tradicional del centro de Santiago, a la hora de almuerzo. El Ciro’s, en Bandera y Agustinas (parece que existe sucursal en El Bosque llegando a Apoquindo, llamada El Otro Ciro, pero no es lo mismo). Ciertamente un lugar para caballeros, con esos mozos de carrera -cuestión que retomaremos luego- y la decoración resultante del paso de los años (un mosaico por acá, la barra en formalita (no melamina) roja, espejos, focos de los setentas, la tele prendida). Edad promedio de la concurrencia: 60 años. Trajes oscuros.

La invitación que me cursó H. rezaba 13.00 hrs, pero uno conoce a su gente. Llegué pasadas las 13.05, antes de las 13.10 y como no encontrara a mi amable anfitrión, me decidí por una mesa. Una mesa con vista al partido. Una mesa que, me dí cuenta después, los mozos guardan celosamente para clientes que van por sus platos, no por sánguches. Como el veterano que me atendió no tenía ganas de esperarme, apuré una bebida y le señalé que esperaba a un parroquiano. El mozo se alejó refunfuñando algo que no me esforcé en oir.

Una vez sentados con mi amigo H., le comenté el asunto del mozo, el sánguche y la mesa. Que parece que aquí no se usa esto del cliente tiene la razón. Me retruca H que nos concentremos en lo nuestro y me pido un chacarero. El mozo apunta de mala gana y espeta «tss, pa eso mejor se sientan en la barra po…«, H le hace algún comentario simpático que el añoso y malagestado garzón no devuelve. Se demora un buen rato en traer el pedido.

El sánguche viene en marraqueta, pasada por tostador. El poroto verde está refrigerado, más frío que el tomate y contrastando con el buen churrasco. Miro hacia la barra, donde los comensales abrigados se ponen de lado para compartir el escaso lugar y poder seguir el partido. No logro ver qué clase de abismo separa tan radicalmente barra y mesas como para suscitar estos resquemores del servicio, pero en el Ciro’s conviven una sanguchería y un comedor. No se confunda. Es el peso de la historia, y el Ciro’s la tiene.

Me comentan que por la misma puerta de acceso de este boliche (que anuncia Cola de Mono todo el año) se podía acceder escala abajo al primer café-topless que hubo en el centro de la ciudad, harán unos 30 años atrás. ¿Mito dice usted? Eso será porque no ha visto el panorama, no ha oído las invocaciones de los baqueanos o los chistes cuya gracia radica en la repetición calcada. Si alguna vez hubo un primer café para caballeros, es seguro que se llegó a él por pasillos ornados por los abogados engominados que pastan en estos campos.

Dispuesto a cerrar la jornada con mejor ánimo, pido un segundo sánguche de la carta: mechada-tomate. El corte de la carne es delgado, lo que podría señalar el uso de posta. Un correcto sandwich que duró más allá del pitazo final. Mientras el H. daba cuenta de su segundo pan, supuse que la cuenta podría haber crecido al punto de calmar la pesadez del vetusto mesero. Error: aprovechó de repasarnos que los sánguches se sirven en la barra, como si el sobre-precio cargado a la mesa no remediara esta incomprensible ofensa. Mérito para H., que pagó con su habitual parsimonia y con la generosidad de los que saben invitar. Demás está decirlo, la propina poco efecto tuvo sobre el dogma que establece el exilio del sánguche hacia la barra.

(Meses más tarde, comentando sobre el Ciro’s, el bueno de A. me dice «ah, ese es un boliche que si te sientas en las mesas y pides sánguches te atienden horrible«. Haber sabido).

Ficha

09/06/08
Ciro’s, con H.
Dos sánguches, dos bebidas

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