Buscando una combinación «sánguche + juegos infantiles» entramos en una autopista urbana que nos llevara a un burguer king o similar, pero estas vías concesionadas son caprichosas. El asunto es que llegamos a Clementina. Su emplazamiento dice mucho de una experiencia sanguchera más antigua que el hilo negro, y sin embargo parece novedosa y audaz. Mérito para quienes lo pensaron, ya volveremos a esta idea al final.
Vamos a la comida. Pedimos un sánguche en pan ciabatta con atún (mezclado con mayo), salsa de tomate asado, lechuga, pepinillos y palta. En la foto se ven las papitas fritas (tipo chips) que lo escoltan.
Evidentemente, el pan fue calentado en horno porque se trata de una temperatura durable, de color homogéneo. Blandito, crocante por todas partes (un 360º, podríamos decir) y que pese a ello no rompe el paladar. La mezcla de sabores, a temperatura de plato liviano, es satisfactoria, suficiente, pero nada pesada.

Si bien alguien puede pensar que terminamos en la plaza Padre Letelier como en el exacto reverso de lo buscábamos inicialmente (un sitio gringo en versión fast food), un rincón con toda la onda de una plaza que tiene su propia teleserie-sitcom, con una candidata a alcalde profusamente apoyada por vecinos más bien hipsters, igualmente nos remitió a esas postales de un picnic en el Central Park. En último término, comprar un pan en la rotisería y almorzar en una plaza es un acto universal que Clementina colma con una estética de distensión, buen gusto y un cosmopolitismo sencillo. En este marco, el tuna sandwich de Clementina adquiere su pleno sentido y supera a las ofertas sangucheras de otros emporios.