Chanchos 23 en Castillo Forestal

La calle Ismael Valdés Vergara es anómala: no es normal en Santiago esa ubicación frente a un parque, no es habitual ver una fila de edificios tan logrados. José Miguel de la Barra, se sabe, es tal vez más elegante y en todo caso más viva. En ese cruce de caminos, vagamente europeos, seguramente bohemios, el sábado pasado nos reencontramos con un grupo de gente en una suerte de mercadito llamado Chanchos Deslenguados que con el paso de las horas parecía una reunión de amigos y, de no ser porque había luz de tarde, una fiesta.

Es muy malo para una ciudad que no haya fiestas. Es bueno para todos que hayan muchos más Chanchos Deslenguados.

Lo primero, porque vi amigos que hacía rato solo veía en instagram o twitter. La gente conversa cuando hay un Chanchos, y no sabía hasta qué punto echaba de menos hablar con ellos. Luego porque se llega a conocer gente nueva dentro de unas reglas especiales definidas por el vino, que hace a la gente más locuaz, muchas veces más divertida o sincera, y otras veces más curiosa.

Lo segundo es porque estaban los vinos que constituyen la verdad de todo el asunto: Montsecano, Cancha Alegre, Leo Erazo, Aupa, Villalobos y otros más que siempre están y siempre deben estar. Y habían caras nuevas, etiquetas nuevas, ideas nuevas. Cauquenes, Itata, Biobío, Colchagua. Sidras de manzana y pera, clarete, petit verdot, Pedro Ximenez, y mezclas de cepas, colores, formas de trabajo, tradiciones (además de castellano chileno, se habla bastante francés en Chanchos, pero también escuché conversaciones muy buenas en inglés).

Habría llegado antes, pero no pude. Me habría quedado hasta más tarde, pero todo termina. Habría seguido viaje, pero al final de estos cruces la gente se dispersa. Es como debe ser. Ha pasado antes, salvo por un evento misterioso que nunca llegó a ocurrir (un Chanchos de octubre 2019), y debería volver a pasar, ojalá en el Castillo Forestal.

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