Sorprendido comiendo chatarra

Si alguna vez el lector ha comido empanadas, sopaipillas o sánguches de potito en la calle, quizás ha sentido -junto con el calor de la fritura o el aroma de la masa- un vago temor de ser descubierto por alguna figura de autoridad. Se sabe que comer en la calle es mal visto y que la Seremi de Salud podría escoger justamente la esquina en la que uno se ha detenido para ejemplificar la falta de higiene, el exceso de calorías y grasas, además de otros vicios. Quizás no hay trazas de pudor, en cuyo caso el disfrute es más pleno.

Algo parecido ocurre en el consumo de fast-food, que llamaremos «chatarra» para hacer del todo evidente lo que hay de basural en este tipo de alimentación. En una mesa contigua, 10 compañeros y compañeras de trabajo despotrican contra el servidor y la impresora de la oficina que comparten, se toman fotos como excusa para arrimarse unas sobre otros y viceversa. Y comen hamburguesas, untan papas fritas en ketchup y sorben bebidas, porque es una microfiesta en medio de la jornada de trabajo. Pero al otro lado, en sendas mesas, dos solitarios comen con cara espartana y modales (es gracioso intentar modales cuando no hay servicios y la comida mancha) una comida que, tal parece, llena pero no alegra. Cumple, pero no enorgullece. Se come rápido también porque si alguien nos sorprendiera comiendo chatarra podría pensar que nos gusta husmear en la basura, que hemos perdido el asco y quizás la moral.

¿Exagero? No lo creo. Las noticias del día nos confirman que en otra cadena de comida chatarra alguien vio a un visitante del inframundo pasearse muy alegremente por el mesón de alimentos. Que realmente alguien nos podría preguntar cómo podemos comer en un sitio así o que podría entrar la autoridad sanitaria a clausurarlo.

La sanguchería chilena no es, lo sabemos, un quirófano. Ni debe serlo. Las bacterias y los roedores son muy democráticos en su distribución como para pensar que es un problema de los lugares chatarra. Pero así y todo, hemos de notar que en una fuente de soda bien puesta y regenteada con preocupación no es común que los comensales miren alrededor como pidiendo disculpas o temiendo la aparición de una peste. Una mezcla de higiene en cantidad suficiente y genuina libertad (o falta de vergüenza, que es menos altisonante) distingue la buena comida rápida de sanguchería de la chatarra.

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