Comida de ricos, comida de pobres

Nada en el mundo es tan verdadero en Chile como la aparición de algo chileno en un medio extranjero. Parece intrincado de escribir, pero es un simple reflejo -involuntario, inexorable, instantáneo- que la educación chilena ha instalado en todos quienes crecimos aquí. Nuestros futbolistas sólo son buenos si así lo establece un diario argentino, español, italiano o inglés. Nuestras ciudades son interesantes o bonitas siempre y cuando un ránking anglófono lo señale. Nuestros problemas más antiguos son noticia si un informe de la OCDE, cubierto a su vez por un medio de alcance mundial, lo dice. Es un defecto nacional cuando lo miramos como un síntoma de alienación. Quizás sea algo mejor en la medida que refleja algo de escepticismo.

El caso de Felicitas Villanueva, cubierto por un diario de nombre New York Post, es la noticia de esta hora. La replican medios de mejor pelaje y tono menos amarillo. La noticia se hace más importante. Lo cubren medios más cercanos, se tuitea y retuitea. Seguramente aparecerán columnas para aislar las sucesivas capas de vergüenza: tener nana en un país como EEUU; agredirla y no pagarle; una acusación de esclavitud (en Chile suena inverosímil, pero en EEUU no tanto). Todo eso supone una miniatura del clasismo que tiene Chile en su columna vertebral. Pero detengámonos en lo siguiente:

La agresividad de los niños crecía cuando tenían apetito, y es que la madre, según Villanueva, compraba alimentos sólo en pequeñas cantidades. “El desayuno era por lo general un pequeño vaso de leche y un trozo de pan”, acusa.

Sin embargo, indicó Felicitas, la pareja, que pertenece a prominentes familias chilenas, gastaba gran cantidad de dinero en ropa, cenas y artículos personales (fuente: BioBio.cl).

Este caso permite trazar una línea -prácticamente recta- entre el dinero dedicado al lujo, la escasez de la despensa, el hambre (aunque una específica, distinta a la que conoce la mayoría: hambre de gente elegante), la violencia y el abuso. Eso dice mucho de la prioridad que tiene la alimentación para estos representantes de la alta sociedad chilena. Y si su caso es prototípico -como creemos- quizás apoye lo que hemos dicho antes en este blog sobre la comida de pobres y la contextura que resulta de esa forma de comer.

Esta familia come mal

¿Por qué el pituco chileno no come, o come tan poco y tan desabrido? Porque comer está en el límite de la biología y la crianza, donde viven las pulsiones. Porque ese acto de renuncia lo diferencia de otros, a quienes la represión psíquica les quedó mal instalada por la pobreza, y por eso comen sin modales, a risotadas, en grandes cantidades, con mucho aliño, con demasiada alegría, espontaneidad y angustia. Lo correcto, desde el punto de vista de los patrones de Felicitas, es comer poco, soso, ojalá no comer y no engordar que es como lo mismo, incluso a riesgo de transformarse en un energúmeno. La gratificación se experimenta en otro lugar (que no ha sido descubierto todavía).

No falta la buena cocinera chilena que estudió en Inglaterra, o la cocinera y vendedora de buenos sartenes en Alonso de Córdova que pueden hacer tambalear esta afirmación: señoras justificadamente cuicas que sí demuestran aprecio por la comida. No obstante, la vida de alto estándar que el matrimonio Hurley Custer quiere para sí y la elegancia que adjetiva todo lo anterior descansa en una renuncia primaria: privarse de la satisfacción más elemental y democrática que cualquier sujeto exige.

Por lo mismo, el deseo de una gastronomía chilena que pueda algún día salir en la prensa internacional nos exige evitar siempre, conscientemente y sin vacilación, la idea de que la gente elegante en Chile come bien.

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