La Terraza Gourmat

El lector de este blog es paciente y lo sabemos. Se detiene en los textos y conversa con los sánguches (por supuesto, es una manera de decir), no solo consume datos y notas y fotos. Quizás recuerde nuestra idea sobre la ampliación del recetario: se van a juntar las técnicas de los cocineros profesionales y las influencias de otras cocinas del mundo, y va a nacer una cuarta generación de sánguches. Si no se acuerda, hay link.

Pues bien: La Terraza Gourmat (no, no es con E, es con A), nos da la razón. Una carta concisa, con hamburguesas que la emparentan con Mr Jack y guisados entre pan que la hacen comparable con Ciudad Vieja, da prueba de que el lugar tiene por motor a una buena cocina. Un buen cocinero que para serlo eligió un sitio de pocas pretensiones, pero en el que se ve bien seguro y muy convencido: materias primas gourmet en recetas que gustan al gran público. Hay un mérito muy grande y una madurez en el que busca hacer bien lo simple, cuando el lucimiento parece distante y el camino se alarga. La prueba está fotografiada acá.

Materiales gourmet

Junto con una cerveza artesanal -compañera más que probable del sánguche gourmet- de barril, pedimos un guiso montado en pan italiano: osobuco al vino tinto, enjundioso y de textura muy suave, con hojas de lechuga, brotes de alfalfa, un pebre más semejante a una ensalada que a una salsa, y papas hilo. Elementos que no forman parte de la tradición chilena, pero que pueden ser apreciados por un comensal que valora la contundencia, el condimento y la variedad.

El pan italiano es menos importante en el cuadro global del plato, lo que queda claro al ver las papas rústicas que acompañan el sánguche. Es decir: si quiere carbohidratos, tiene papas. La estrella es la carne, la salsa, la composición.

En un barrio como Vitacura, plagado de ofertas muy caras o bien burdas en su chatarrismo, La Terraza ocupa un lugar que puede cobijar a un notorio psiquiatra-dramaturgo, dos parejas de treintañeros en edad de casarse, una madre  y su hijo adolescente, o una pequeña familia cuyos ojos brillan ante un sánguche elaborado con tino y buen gusto.

Está en Manquehue Norte 1732, Vitacura.

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El Rocotito y Bellas Artes

El barrio Bellas Artes no siempre ha existido como tal. El museo está ahí desde hace un siglo, es cierto, pero el barrio se definió por mucho tiempo a partir del cerro Santa Lucía, el Parque Forestal y la elegancia de una clase social que paulatinamente abandonó el barrio. Pero hoy, ciertamente, existe un barrio Bellas Artes con su propia estación de metro, sus calles renovadas por el turismo, un repoblamiento entusiasmado con la estética («Bellas Artes» predomina como nombre sobre «Merced» o «Monjitas»: eso tiene que significar algo) y el estilo de vida cosmopolita.

En la redefinición del barrio tiene un rol importantísimo la migración. No sólo se trata de nuevos restoranes con cartas francesas; hay panaderías con facturitas argentinas, restoranes de comida india, japonesa y -muy importante- peruanos que cocinan y ofrecen sánguches. El ejemplo ya conocido es la sucursal de Donde Guido. Lo más novedoso (para nosotros) era El Rocotito, lugar que nos recomendaron nuestros amigos @_EduardoA_ y @zallypedia.

Hemos comentado antes que el sánguche peruano tiene características propias que lo diferencian de su colega chileno, a nuestro juicio tan heterogéneas como complementarias. De hecho, el sánguche peruano que se come en Santiago es por sí solo un mestizaje desde el momento que va en marraqueta. Y nos enseña la infinidad de salsas que pueden crearse (a nosotros los fanáticos de la mayonesa), la importancia de la sazón en la carne, el pollo y el chancho, el uso de papas y camotes, la presentación y en último término, lo interminable de la evolución de este platillo que nos acompaña siempre.

En la foto pueden ver un elegante sánguche de lomo saltado: escoltado por las papitas fritas que son parte central de este análogo peruano a nuestro bistec a lo pobre, el pan incluye cortes de carnes marinadas en aderezo de salsa de soya y vinagre, luego selladas y con un centro a punto (no del todo cocido, como en los asados); tomate y cebolla cocinados junto con la carne, lo que se transforma en una salsa potente que define la diferencia entre un churrasco y esta receta, además de zarza criolla que aporta frescura y sabores vegetales. Agregamos salsa de aceituna y pensamos que habría tanto que aprender de los demás tipos de salsa.

Si usted ha comido lomo saltado -es muy probable si fue a un restorán peruano de los que se difunden por la ciudad- encontrará que su trasposición al sánguche es un acierto total. Y si pasea por el barrio Bellas Artes, pensará que el cosmopolitismo no es solo tener hostels o bed & breakfasts, sino compartir la vida cotidiana y los hábitos con vecinos de distintas procedencias.

Ficha
27/06/2012
El Rocotito (Merced 571), con E. y M.

Feria del Sánguche

Todos invitados

El rumor corría por tuiter. Ya había quien prometió asistir, aunque las coordenadas eran las elementales. Pero no hace falta tantas indicaciones: es el mismo Parque Araucano en el que se organizan exposiciones cada tanto. Es la idea de una feria gastronómica, tal como otras que concitan la atención del público. Pero tiene una particularidad. Celebra a nuestro querido, vital y corajudo sánguche chileno, su historia, su destino y sus cultores destacados. La Feria del Sánguche ya tiene sitio web.

Desde este blog adherimos a los propósitos de la Feria, que entendemos como una celebración merecida del patrimonio sanguchero local. Así que esperamos contentos que venga, pronto, el Día Nacional del Sánguche.

Tavola: calidad gourmet con precios de picada

Gracias a un comentario que nos dejó Paula (a quien le estamos muy agradecidos), una noche en Vitacura se transformó en un momento difícil de olvidar. Y en un dato que necesitamos difundir por gratitud y calidad.

Entre comida tex-mex, pubs sacados de contexto, malls y avenidas de alto tráfico, ¿qué puede ofrecer la comuna de Vitacura a un sanguchero curioso y a estas alturas algo malcriado (es decir, que no quiere pagar 4 lucas por un churrasco en pan de molde)? Puede, orgullosamente, ofrecernos Tavola. Está en una esquina de Av Kennedy Interior con Las Tranqueras, en un curioso espacio en que Vitacura se parece a muchos otros barrios de Santiago. Qué encontramos: un lugar que quiere atraer al público porque sabe que tiene algo bueno, que ofrece delivery sabiendo que el vecino del sector puede valorar más la comida que el lugar (es una zona de la ciudad consagrada a la familia nuclear, de edificación bajita y con veredas arboladas: es algo porfiada), una carta de cervezas que sobrepasa la oferta tradicional y un chef en la cocina. No es un maestro sanguchero formado en la plancha, sino un cocinero atento, culto y que demuestra estar movido por un cariño genuino hacia sus recetas, que se transforman en sánguches.

Por esta razón, la oferta es directamente gourmet, en la misma hebra que las sangucherías gastronómicas que hemos visto emerger en los últimos 3 años en Santiago. El menú sanguchero incluye, sin hacer distinciones innecesarias, lomitos, carne vacuna, hamburguesas, pollo thai, camarones, carne mechada, vegetales, pernil y lengua. Digo que no hay una distinción entre influencias exóticas (brasileras o mediterráneas, por señalar dos que están explícitas) y locales, pues el local apuesta a las síntesis. Por eso quisimos saber -y nos dio mucha hambre, que es otro factor interesante- qué tenían para ofrecer en el tradicional sánguche de Lengua.

Llega en una marraqueta -que fue nuestra selección, pues el lugar ofrecer 3 o 4 opciones de pan y esto nos dice que lo veneran tanto como nosotros- que ha quedado pálida con tal de ser muy blanda. El corte de la marraqueta fue aprendido de Ciudad Vieja. Aquí la primera cita del autor. La lengua está suavísima, sabrosa y puesta con elegancia en varias rebanadas. Sobre ella, toda una ensalada de lechugas impregnadas en un aliño untuoso, casi invisible, pero que actúa como quien recrea el efecto de la palta (esa suavidad aceitosa y vegetal que nos fascina). En lugar de poner tomates frescos, la apuesta son los tomates asados que están hidratados y perfumados, que ponen algo más de textura a un sánguche que nunca ha querido pasar por vegetariano. Para concluir, la cubierta del sánguche viene untada en una tártara digna de elogio: la estupenda mayonesa (una versión del local que logra la consistencia de la mayo de frasco con un sabor que parece casero) acoge cebollitas perla y pepinillos que han sido trozados en la tabla del cocinero. No es pickle molido de bolsa, porque el matrimonio principal es entre la lengua y la tártara, de modo que no es un detalle: es una marca del autor.

Inesperadamente, el plato viene con una generosa porción de papas fritas y mayo al ajo (no es exactamente un all-i-oli), que tiene también el testimonio de haber visto lo que ofrece Maldito Chef en este punto (un corte largo que usa la cáscara para añadir un sabor más a este estándar de la comida rápida, un salado que combina -nos pareció- ajinomoto y sal). Claro que las fritas de Tavola son más grandes. A esta altura, estamos rendidos: Tavola nos emociona porque su testimonio es que para ser gourmet no hace falta fingir un acento o presumir, sino querer sinceramente las recetas que se preparan, tenerles respeto y ofrecerlas generosamente al público. Eso es una adultez gastronómica que muchos otros deliverys ni siquiera imaginan. Y nos atrevemos a decir que hay varios restoranes mucho más inseguros de su carta, como un estudiante con crisis vocacional.

La vocación de Tavola -es decir, de quienes están detrás- se nota también en una oferta de cervezas artesanales e importadas que permitiría multiplicar las experiencias que contienen sus platos. Pese a que no tenían un par de variedades que nos tincaban para acompañar el sánguche de lengua, igualmente pudimos pedir una botella de Mestra rubia que hizo su papel de manera óptima.

En fin: por méritos propios, Tavola es un lugar totalmente recomendable en materia sanguchera. Por comparación con su entorno, es un gourmet de barrio que debería animar a quienes todavía se preguntan si será posible construir algo sobre cimientos sangucheros. Por su clara admiración hacia José Luis Merino y otros exponentes de la gastro-sanguchería santiaguina, es un testimonio de la gran idea que es la cuarta generación del recetario sanguchero. Debe estar tranquilamente entre las 3 mejores relaciones entre precio y calidad de todo Santiago (siempre que no esté buscando ortodoxia).

Y si se me permite una línea de confesión, Tavola le aportó un momento de alegría inesperada y abundante a una jornada que ya era inolvidable. Nuestras felicitaciones al equipo del lugar, y a usted -lector/lectora- nuestra recomendación. Pruebe en Las Tranqueras 1032. Llame al 2200176.

Ha nacido el Barros Bielsa

Lo inventamos mentalmente en este post. No lo preparamos. Luego, volvimos a pensar en la necesidad del homenaje, en este otro post. Tampoco lo hicimos en esa ocasión. Pero hace poco tuvimos una primera sanguchada casera y pensamos: hay que hacer el Barros Bielsa ahora mismo. Aquí está la historia de su concreción.

Receta argentina con un toque japo

Se trata de un sánguche que combina lo argentino (representado por la milanesa, que descubrimos en este post) con nuestra fórmula Luco. Lo primero es hacer la milanga. Compramos 1 kg de ganso (el corte vacuno, no el ave), cortamos bistecs más gruesos que una escalopa y los ablandamos entre dos plásticos. Hicimos un proceso recomendado por Narda Lepes (si lo quiere ver en 140 caracteres, haga clic) para obtener una milanesa bien empanizada, nada de seca y lo más tierna posible (el ganso no es filete, claramente).

Luego, pasamos un par de lonjitas de queso mantecoso (comprado acá) por la plancha y dispusimos las cosas dentro de un pan chabata calentito en el siguiente orden: la milanesa cortada en dos cuadrados, evitando así que a la primera mascada saliera volando todo y se desarmara el Barros Bielsa, el quesito fundido encima, asomándose coquetamente hacia fuera. Vea:

Pan + Milanesa + Queso mantecoso=Barros Bielsa

Los ingredientes son cálidos y grasos, lo que hace de este un sánguche muy contundente. Por esa razón se pusieron a la mesa agregados vegetales: pimientos del piquillo, lechuga, tomate. Nada de mayonesa. Para untar, algo de ají y mostaza, pero fuerte. Aparte de pan chabata, también ofrecimos pan rosita, que es un pan frica más chico pero mucho más consistente: no pueden poner tanta comida dentro de un pan que se desmigaje fácil.

Acompañamos con cervezas, borgoña con frutilla y un carmenere bien pinteado que pusieron nuestros invitados El C. y La P. Mencionaremos también que no sólo hubo milanesas con queso: el aperitivo (un brie calentito con miel, del mismo recetario de Narda Lepes) lo llevó nuestra amiga eterna, La C. Como alternativa vegetariana, hicimos unos pocos falafel (da para otro post). El postre: un flan cremoso y dulce, obra de La M.

En fin: el Barros Bielsa protagonizó la noche y nos convence: funciona muchísimo mejor que la combinación salmón-philadelphia-rúcula. Seguiremos perfeccionando y difundiendo la receta.

Barros Bielsa versión 1.0

Ficha
27/11/2010
Con C.,  P., C. y M.

En terreno: Maldito Chef

A la salida de la estación El Golf del metro se ofrecen algunas opciones sangucheras tradicionales, como el Tip y Tap de calle San Crescente. Un par de panaderías de cadena por acá y por allá también ofrecen pan con muchas cosas, aunque no ofrecen un lugar acogedor o al menos cómodo donde comer. La noticia es que agazapado entre modernos juzgados de policía local y un teatro municipal que Las Condes le adeudaba a Santiago hace décadas (las comunas de más ingreso deberían ofrecer buenos lugares públicos y no sólo cobrar permisos de circulación, ¿no?), está el Maldito Chef. Como una especie de sede física de la marca de Christopher Carpentier, el lugar propone varias cosas al comensal. La primera es el relajo, porque recibe con individuales de papel, un interiorismo bajito de colores informales, meseros jóvenes y simpáticos. La segunda es -como se espera de Carpentier- calidad gastronómica en un envoltorio nuevo. La tercera es la personalidad -la onda y la adjetivación persistente con «maldita» o «maldito«- del dueño. Es claro que el lugar quiere atraer al público que trabaja en Isidora Goyenechea/El Bosque que jamás entraría al Dominó, ni siquiera al diseñado por el arquitecto Klötz.

Describamos mejor esto de la ‘calidad gastronómica’. Nos recibe una chica muy diligente y nos ofrece bebidas gaseosas, la que aceptamos. No pudimos ver el resto de la oferta, pero de todas formas veníamos a probar los sánguches (en la mesa del lado alguien sorbeteaba un jugo o batido de fruta);  la oferta viene en tres categorías. Primero los inventos del chef que cuestan entre $5450 y $6950, acompañados de papas fritas. Segundo, los llamados clásicos, siempre con un toque específico que alteran el formato clásico. De ahí escogimos el Chacarero. Hay un tercer tipo de sánguches que no logramos entender (quedan pendientes).

Chacarero versión Las Condes

El sánguche tarda un poco en llegar, señal que se prepara con idéntico mimo que si fuera un plato. Nos llega una marraqueta (también lo puede pedir en molde) fresca y pasada por la plancha, con una dotación contundente de carne picada, porotos verdes picados y coronados por un sabroso pebre que merece descripción por sí solo. Allí donde el Chacarero clásico agrega ají verde picado sobre los porotos verdes, la versión de Maldito Chef conjuga cebolla morada, ají verde, tomate picado (no en rodajas) y una mayonesa que aglomera todo lo anterior. Esto viene adherido al pan de arriba, de modo que no se cae ni chorrea, aunque sí logra su cometido bañando la carne y los porotitos.

Como una brunoise más al lote, esta forma de disponer los ingredientes cambia el sabor y todo se hace más sutil, más mixto y menos definido. Además, no es necesario usar cuchillo y tenedor porque el sánguche queda muy bien armado para comerlo con la mano (nota: ponen cubiertos de alto estándar, ni un bife de mamut se resistiría). Una buena servilleta, grande y útil, completa el cuadro. Pedimos postre y café, como un cierre perfecto para un almuerzo que destaca como para un día especial.

Maldito Chef está hecho con la certeza que no se trata de jugar a la fuente de soda o al almacén viejo. Sus competidores (o compañeros de ruta, mejor) pueden encontrarse en Ciudad Vieja, algo menos en el Mr Jack y en aquello que hay de gourmet en la Fuente Chilena. Son cocineros con trayectoria y academia, de modo que no se espera un remedo de sanguchería, sino el desarrollo en serio de un formato y de unos ingredientes. Es decir, se trata de crear la cuarta generación de sánguches a partir de lo aprendido con lo mejor de las generaciones anteriores. Merece volver, vale la pena el precio y se recomienda para quienes no necesiten más pruebas de lo que decimos hace 2 años: los sánguches no son ninguna chatarra.

¿Y para beber?

La situación es esta:  entra a la fuente de soda o se detiene en el carrito con una idea fija. Pide su sánguche, cuidadosamente ajustado al hambre y al presupuesto, sacando el mejor partido posible a lo que ofrece el lugar. Tiembla de felicidad anticipada, porque imagina el pancito tibio, el trozo de materia animal, el tomate, la palta, el ají que le va a añadir en el mesón, cuando de pronto el mesonero, la maestra sanguchera o el mozo le pregunta:

– ¿Y para beber, qué le traigo?

Caramba. ¿Vino tinto? Es improbable que siquiera tengan. ¿Espumante del valle de Colchagua? No, el sánguche al que nos referimos no va al compás de la tendencia de moda (es una tendencia hace décadas, ahí está la diferencia). ¿Agua mineral? Pues no, claro que no. ¿Combo-maxi-papas-más-bebida-mediana? Dejemos de payasear. Listemos las parejas de baile con las que el sanguchito nuestro mejor se aviene:

1. Jugo de fruta: puede ser muy mezquino -esos recipientes que mueven constantemente un brebaje de color ocre frutal- o llegar a la elegancia de unas naranjas recién exprimidas (pídalo como «Vitamina», existen también las zanahorias hechas jugo), la piña natural, melón o la buena pulpa de chirimoya o frambuesa. No es chatarra, como podrá comprobar. Vale mencionar el aporte de la chicha morada de los lugares peruanos.

2. Leche con frutas: se usa poco, pero en busca de nutrición puede dar con una leche con plátano en las buenas fuentes de soda. Ideal para los niños.

3. Té y café: especialmente cuando es al desayuno, la oferta sanguchera (imagine un York o un Chemilico, suspire un Barros Jarpa) supone bebidas calientes. Incluso, si se mandó dos completos para enterar la cuota, un café puede ser digestivo. De otra manera, combinar té puro con palta suena más a una buena once que a un maridaje atrevido.

4. Cerveza: ideal cuando es más tarde, cuando la exigencia del sánguche se agiganta (por ejemplo, una Hamburguesa Elkika) o cuando la buena conversación amerita intercalar pausas en la ingesta. Desde un fresco schop industrial hasta la oferta variopinta de la cerveza artesanal, un lomo con harta mayonesa queda bien cubierto, bien contrapesado con esta bebida suavemente festiva. Un Rumano, en tanto, exige una cerveza.

5. Consomé: si en el lugar preparan bien el ave, entonces el consomé que se ofrece en la carta estará hecho a partir de caldo natural. Un buen huevito mezclado le da más cuerpo a la sopita liviana, es un toque que diferencia un caldo de cocción cualquiera y un legítimo consomé. Algunas verduritas y perejil picado completan el cuadro. Basta y sobra para pasar el frío, enmarca de modo impecable hasta un Completo, por apurado que éste sea.

6. Bebidas gaseosas: por supuesto que la coca cola también vale. Curiosamente, no hay demasiada costumbre en la sanguchería local de vender combos. Hay papas fritas (muy seguido), también empanadas fritas llegado el caso. Bebidas de máquina (las peores, pero baratas), de lata (promedio) o en botella de vidrio (mejor opción). Lo que no es tan común es amarrar en un fardo cerrado estas tres cosas al estilo de las cadenas gringas. Es valioso lo que se gana con la poca costumbre sanguchera local de usar «el combo»: libertad para elegir si beber algo caliente o frío, salado o dulce.

7. El FanSchop: considerado de mal gusto por la gente pituca, el fanschop es un híbrido de baja graduación alcohólica, semiamargo y semidulce, clásico de tarde veraniega. El comensal chileno, quizás temeroso de ser enjuiciado por su gusto de revolver una Crush (es mejor para el fanschop que la propia Fanta) y una pilsener, lo hace igual aunque lleno de culpa. Hasta que un buen día descubre que la mundialmente famosa sangría española es una revoltura harto discutible de tinto (malo) con bebida y más encima con frutas (malas). O descubre que los vecinos argentinos gustan de tomar Gancia o Fernet, y más encima le echan cocacola. Qué hay de malo, entonces, en aportar esta preparación al acervo cultural de la mesa estival: nada.

Ciudad Vieja y el futuro del sánguche en Chile

En Montevideo, como en tantos otros sitios, hay un casco antiguo que se conserva y se presenta como gancho turístico. Es esta referencia a la Ciudad Vieja la que bautiza a una sanguchería que merece una detenida consideración. En primer lugar, el deseo de una larga vida y la evitación del mal destino que han corrido otros restoranes en ese mismo emplazamiento.

Estuvimos anoche, por segunda vez, sumergidos un buen rato en la amplia carta donde nada supera en importancia al sánguche. La propuesta de Ciudad Vieja es gastronómica: no aspira a reproducir ni reinterpretar un Barros Luco o un Chacarero. No se inspira de manera directa en la fuente de soda. Es posible encontrar rastros de esta tradición, por supuesto. Pero la carta está cargada de ideas nuevas que llevan a pensar en una generación capaz de avivar la llama sanguchera sobre la base de premisas hasta ahora insospechadas. ¿A qué nos referimos?

El sánguche como formato nuevo para recetas de cocina clásicas: nos imaginamos a un cocinero guisando el contenido de varios de los sánguches. El pollo teriyaki, el lomo saltado, el osobuco en vino tinto o el ají de gallina no son simplemente ingredientes, sino fórmulas más complejas que entran cómodamente entre dos panes.

Influencia de la cocina peruana, mexicana y uruguaya (al menos): se ofrece el chivito uruguayo, carnitas, tortilla en lugar de pan, se usa el camote y la cebolla morada como ingrediente y se destaca el ají. En otras palabras, en Ciudad Vieja consideran que el comensal chileno tiene la madurez y el buen juicio que se requiere para apreciar los aportes provenidos de otras culturas. El futuro del sánguche no puede ser chovinista.

Los atributos del sánguche nacional se mantienen: abundancia, buen precio, agilidad en el servicio, buen pan (nunca se olvide: el pan no es la excusa sino el fundamento de todo esto), escaso temor a la enjundia, el aderezo y, por qué no, la grasa. Y si hacía falta más claridad, note que hay sánguches de lengua, plateada y mechada que ponen el recetario local en la misma órbita que los aportes de países próximos.

Probamos la hamburguesa Gran Pilón y el taco de Carnitas. Cada preparación llega de dos en dos sánguches, lo que permite compartir y probar más variedades. A diferencia de otras oportunidades, el servicio fue muy ágil y oportuno, tomando en cuenta que éramos seis personas en la mesa (C. llegó después, claro) y que nuestros pedidos llegaron sincronizadamente. Carnes, hojas de lechuga, salsas, todo bastante blando para que las mascadas no destruyeran el armado. Platos de greda. Aceite de oliva en la mesa para hidratar y amalgamar, salsa de ají ahumado para exaltar los sentidos.

En suma, para cerrar un año de crecimiento sanguchero, Ciudad Vieja permite constatar que el churrasco italiano podrá proyectar su descendencia largamente en el Vidriolazo de Robinsonia, en el sánguche de Lomo Saltado de Ciudad Vieja y que de tanto mestizaje y de la fascinante fertilización asistida en la cocina saldrán hornadas vigorosas de nuevas recetas que crecen y se multiplican. Que vengan la cuarta y la quinta generación de la sanguchería chilena.

envueltito o en pan pita

Ficha
Ciudad Vieja con M., C. y M., P., O. y D.
Gran Pilón, Carnitas, cerveza.
29/12/09