Edificios que parecen bien hechos, pero que se caen. Sistemas de comunicación que parecen consolidados, instantáneos, pero que no funcionan. El estado, que creíamos fortalecido y a la vez más sensible, se muestra impotente y lloroso. Cielos falsos que se caen por todas partes dejando a la vista el cableado, el ahorro a costa del prójimo, las conexiones mal puestas, el desprecio por los demás y el miedo (y la envidia) a todo lo ajeno.
En los meses y años que vendrán nos van a repetir a los chilenos que si no fuera por el peso de la noche, seríamos una jauría de ladrones, salvajes, ambiciosos, escoria producida por la falta de correazos o de detenciones por sospecha. No es del todo falso, para peor.
Pero una cosa eso sí: confiamos en que lo que hemos elogiado hace tantos meses (no los sánguches sino la gente anónima que inventó laboriosamente una cultura popular) existe todavía.