Nuestros lectores buscan siempre buenas picadas. Algunos de nuestros lectores, como @faurizio, no sólo encuentran picadas, sino que nos avisan, las reseñan y nosotros muy felices las compartimos con ustedes. Conozcan a Piero’s.
Después de Lima, Santiago debe ser la segunda megaciudad con más restaurantes, locales o puestos de comida peruana en el mundo. Pese a un extraño esfuerzo de nuestras juventudes por recuperar lo chileno, la picada, lo guachaca y todo eso que toca a lo menos una canción de Chico Trujillo mensual en su música ambiental, los chilenos nos inclinamos sin resistencia al sabor peruano, siempre exquisitamente efectivo.
Irse a un restaurant peruano hoy en día es irse a la segura. Esas manos talentosas, esa tradición y evidente amor por la cocina y sus propios productos, nos hacen salivar de sólo pensar en un cebiche, en un ají de gallina o un suspiro limeño. Como bien se entiende, en Sanguches.cl no estamos acá para hablar de esos platillos.
Desde los límites del Barrio Italia (al que se delimita casi como a un país) atravesaremos una cuadra muy particular, si consideramos que se trata de un recorrido que pasa desde el verde poblado de jóvenes profesionales andando en bicicletas caras o trotando en sus inusuales y ratos-libres-en-horario-laboral, a la sucia, ruidosa, grisácea y desprolija vereda de la calle Vicuña Mackenna, lugar donde emerge Piero’s, un tímido local de sánguches peruanos que, de haber estado una cuadra más al oriente, probablemente ya sabrías de qué es lo que hablamos.

Piero’s es una sanguchería y juguería. Lo de juguería se lo toman en serio: jugos desde frambuesa hasta lulo o guanábana (¿?), frutas que tienen tal aspecto que parecen haber sido extintas en la era jurásica y que uno las escucha sólo en los shampoos, son exhibidas acá con desprolijas descripciones de sus saludables beneficios, como si se tratase de remedios homeopáticos.
Luego de un improvisado mesón adosado a la pared con sólo cuatro butacas (su fuerte es el delivery), al fondo se encuentra la cocina pegada a la caja, todo atendido por jóvenes peruanos que no deben tener más de 23 años. Un “sucucho”, con afiches llenos de faltas ortográficas y atendido por, en apariencia, inexpertos, hacen que probar uno de los sánguches de Piero’s sea un momento como de esos cuando uno triunfa donde no había oportunidad alguna. Como ganarse 100 lucas en un raspe de 100 pesos.

Pedimos de esta manera un sánguche de lomo saltado. A la segura, donde el cajero pregunta que cuáles de las siguientes salsas se le quieren agregar: rocoto, mayo con ajo, huancaína, aceituna, golf o huacatay. Elegimos las dos primeras, aunque había posibilidad de elegir todas, sin ningún cargo extra.
Llega al mesón un sánguche en una marraqueta entera (sí, las dos completas), acompañado de papas fritas, y con un jugo de maracuyá, porque había que probar esos maravillosos jugos curativos. Como buen sánguche grande, costaba elegir por dónde atacarlo con el tenedor y cuchillo, así que el primer mordisco fue entonces solo pan, con algo de verduras y untado generoso en los jugos propios del salteado y de las salsas elegidas. Fue amor a primer bocado.
En los siguientes cortes ese amor comenzó a crecer. Comenzó a haber respeto, tradición, calle, sobre todo calle, con un tratamiento de sabores intensos que se podrían encontrar en el pebre de un carrito de sopaipillas o un curanto en el sur, pero sazonado con simpleza, maestría, con autenticidad, con personalidad, porque en Piero’s se puede identificar un Perú más rudo, sin la sofisticación que vemos en los restaurantes peruanos capitalinos, porque Piero’s incluso en su país sería picada.
Su carta también posee viejos conocidos nuestros: sánguche a lo pobre o un lechuga tomate, básicamente porque estos cocineros nos vienen a decir que no hay enemistades, que su maravillosa y superior comida puede abrazar elementos tradicionales nuestros y mejorarlos, complementarlos a la perfección. Su carta es tan variada que contamos a la pasada por lo menos más de 30 tipos de sánguches, incluso los había vegetarianos.
No sonará de fondo Chico Trujillo, sino que suena de manera ensordecedora un grandes éxitos de Daniela Romo (interrumpido de la nada por la voz robótica de un aviso de actualización de antivirus). Quizás no tiene una carta chistosilla hecha por publicistas, ni tiene cócteles, ni tampoco tiene fotos de famosos en las paredes. Lo que se tiene a cambio es algo mucho mejor: la recompensa de un sabor sublime en una verdadera picada, sin ninguna pretensión de serlo.
Ubicación: Vicuña Mackenna, entre Santa Isabel y Marín.
Precios: Desde 2.800 a 5.000, jugos a 1.500