Pedro de Valdivia y Providencia. Cruce de calles que antiguamente era sinónimo del comercio sofisticado, paisaje de películas ficticias que no disponían de presupuesto, pasarela de unas vanidades que hoy parecen más graciosas que altaneras. El Lomit’s se ha preservado de todos los cambios del vecindario. La Fuente Alemana y el Dominó encontraron su sitio en estas cuadras. Y el Kali siempre estuvo ahí. Claro que desde hace un par de años se llama Kari, que suena casi igual.
Entramos un día helado de invierno y pensamos en un sanguchito calórico, que nos permitiera capturar lo mejor de la plancha, sin desviarnos en verduras que, lo sabemos, en esta época son harinosas y desteñidas. Pese a la tentación de una fricandela, pedimos un Barros Luco, que cumple impecablemente con el criterio de selección y nos compromete en una búsqueda que mencionamos acá.

El diámetro del pan es comparativamente pequeño, pero el secreto de la abundancia (¿existirían sánguches en Chile si no fueran abundantes?) está en el eje vertical. Varias capas de carne muy jugosa y un monto generoso de queso, bien derretido.
La prueba está en la clara necesidad de usar tenedor y cuchillo para domar la espléndida pieza.

El lugar conservó casi todo de sus tiempos de Kali. Un maestro en la cocina, la garzona, incluso el nombre «Kali» en la ventana. Lo fundamental, porque hay una clientela a la que no se le puede despistar. Lo que sea que haya cambiado -seguramente la propiedad, aparte de la letra R en el letrero que da a la calle- no tocó lo medular de un sitio en el que la estética, el sabor, las personas, el ritmo, recuerda que Providencia y Pedro de Valdivia son un barrio santiaguino cuya elegancia puede estar en las costumbres arraigadas que resultan ser su identidad.
Un comentario en “Kari: el nombre no es la identidad”