Antes de ir a un multicine, pasamos a comer hamburguesas. Vivimos una vida suburbana que aspira -por momentos- a estar en un paisaje gringo. Y funciona dentro de esa fantasía.
Esto ya no es un diner: es un restorán familiar con una carta que ha pasado la prueba del tiempo y de la aculturación, que en Chile tiene aranceles bajos cuando se trata de importar costumbres desde América del Norte. No es un food truck estacionado, como el Hogs, sino una fuente de soda amplia, lustrosa, abundante.
La oferta de combinaciones propuestas en la carta es amplia, está madura y en su identidad norteamericana, está bien chilenizada. Por eso nos interesamos en construir nuestra propia hamburguesa.
En teoría, Mr. Jack es capaz de darle distintos puntos de cocción a la hamburguesa, pese a que en realidad parece conocer el gusto bien cocido de la familia chilena. Se ofrecen ingredientes gringos, como el tocino o el queso cheddar, junto con clásicos locales como la palta o la salsa tártara. Del mismo modo, se encuentran la rúcula, la cebolla morada o el jamón serrano, exponentes de las nuevas aficiones del comensal chileno.
La selección que hicimos está en las fotos. El gusto de probar variantes y combinaciones parece un elemento novedoso aunque muy propio de la gurmetización del sánguche. Un juego nuevo que aprendemos y que Mr. Jack parece dispuesto a compartir.
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