
En la ruta, la secuencia desayuno-almuerzo-once-comida puede descoyuntarse. La hora del día debe ceder protagonismo al lugar y sus oportunidades, y el estómago debe aceptar la inspiración de lo que el camino ofrezca.
El carrito (en realidad, un camión 3/4 bien adaptado como cocina-barra, lo que las películas gringas nos han vendido como foodtruck) ubicado en el estacionamiento del área de descanso Las Maicas está abierto de 7:30 a 21:30. Eso es una pista clara: se servirá comida capaz de ser desayuno, brunch, almuerzo, sobremesa, cocaví, once, comida o simple bajón. La paleta de la creadora, entonces, usa el sánguche como formato en el que quepa mucha comida con sabores aceptables para viajeros profesionales -no por nada se ubica en el estacionamiento de camiones- o familias que quieren evitar la comida chatarra de bencinera.
Aunque el orgullo del camión es el queso de cabeza, nos enfrentamos a escoger un sabor para la mediamañana: el segundo desayuno, en palabras de Homero Simpson, los hobbits o cualquier chofer de taxi. Habiendo mechada (más apropiada al almuerzo), pollo, jamón, queso amarillo más combinaciones, escogimos el atún. Por inusual, porque se puede comer frío, por más ligero. La oferta es añadir palta, tomate o mayo por $500 cada ingrediente. Evitando la mayonesa, pedimos palta y nuestra anfitriona, amable y sabedora del impacto que tienen los gestos, nos regaló una porción de tomate. Las gotitas de limón agregadas al pescado (de tarro, por cierto) no podrían llamarse ingrediente, pero sí definieron el sabor atrapado en una hallulla de tamaño caminero. Glorioso, complejo, casero, contundente y por $3500.
Empaquetada para llevar (plato de cartón, toalla de papel) y llegar seca al auto (bolsa plástica para la lluvia torrencial que en el sur puede llegar en enero), esta preciosura daría de comer a 4 pasajeros de apetito comedido. O a uno solo si no hay más apuro.